Una mirada a la Rivera Hernández desde Paso a Paso, Honduras

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«Paso a Paso». Un oasis de esperanza en San Pedro Sula.

No es fácil explicar lo vivido en estas dos semanas. ¿Qué hacen exactamente en el proyecto Paso a Paso? Es difícil de resumir, ya que son muy diversas las formas que tiene de ayudar a la comunidad, pero para que os hagáis una idea os intento describir esta experiencia.

San Pedro Sula es una ciudad relativamente moderna con centros comerciales, bancos, buenas carreteras (asfaltadas), muchos puentes. El centro de la ciudad es más bien pequeño para la población que tiene (1.5 millones de habitantes). Eso contrasta con la enorme superficie de la periferia, a lo que ellos llaman asentamientos humanos, organizados en sectores y colonias. En España utilizaríamos de forma despectiva la palabra chabolas, pero para ellos son sus hogares, y así lo sentí cuando me invitaros a pasar. Ahora que se acerca la Navidad, muchos las decoran con luces.

La periferia se compone de kilómetros casi infinitos de calles cuadradas, con casas bajas con techo de chapa y calles sin asfaltar, barro y charcos, condiciones idóneas para la multiplicación masiva de los voraces “zancudos” (mosquitos) que pican incluso a través de la ropa. Aún, se aprecian los efectos de las devastadoras inundaciones del año pasado. Las casas tienen agua corriente, pero no es potable, también electricidad. Un patio notablemente cercado con cable de espino disuade a los extraños y un gran candado asegura la reja de entrada. Muchas de las casas cuentan con la guarda de perros muy agresivos, o al menos lo aparentan. No paran de ladrar cuando pasas al lado. Los parques no abundan y hay pequeños comercios (pulperías) y puestos ambulantes. Hay servicio de recogida de basura (tren de aseo) tres veces por semana, aun así la basura se acumula en la esquinas. Los vehículos, escasos, son motos y coches. En dos semanas solo vi un carro tirado por un caballo. Por la calle se ven gallinas, gatos y perros callejeros. La primera noche, entre el jetlag, ladridos y disparos, me costó conciliar el sueño.

En ese entorno está el centro del programa “Paso a Paso”, que es más bien un oasis. Con una cancha de fútbol sala y un patio con un gran árbol en el centro (“el árbol de la vida” plantado el día de su inauguración en 2007). Sus paredes decoradas con vistosos murales, entre los que destacan una imagen del monseñor Romero, un obispo revolucionario salvadoreño asesinado por encargo de la CIA en el 80, y frases del pedagogo y filósofo brasileño Paulo Freire, en el cual basan la formación que imparten a los menores. Al final del patio se levanta un edificio con dos plantas en forma de L que alberga varias aulas, biblioteca, talleres, una cocina y una pequeña tienda en la que venden productos básicos a precios reducidos para los vecinos del barrio.

Unos 40 menores (de entre 5 y 17 años) y sus madres (estas últimas en turnos) acuden a diario entre 7 y 11 de la mañana y 14 a 17:30 de la tarde. Además de Silvia (la coordinadora del proyecto) y un contable, hay 5 educadoras y un educador (de ellos 5 fueron niños y niñas de Paso a Paso) que se reparten las tareas de educación, supervisión de los niños y otros trabajos. El programa también ofrece becas de apoyo al estudio, que no salen gratis, más bien es un trueque, donde los niños becados tienen que involucrarse más en las actividades cotidianas del centro.

En un día normal (desde el inicio de la pandemia los colegios han estado y siguen cerrados, ya durante dos cursos), se reparten en grupos que van rotando. Mientras un grupo juega en el patio dirigido por su educador, otro estudia (hacen deberes o simplemente leen), y el otro está en el taller de siembra (huertos urbanos), costura o espiritualidad y artesanía (según el día), cada 45 minutos-1 h cambian de actividad. A las 8:30 h y a las 16:30 h se sirve una comida, cocinada por madres voluntarias y ayudadas por el grupo de niños que le tocaba cocina en ese día. Aparentemente no hay desnutrición, todos los menores tienes una apariencia muy saludable. Al terminar todos ayudan a recoger y fregar los platos.

Una vez al mes las mujeres cocinan para vender comida y ellas se llevan el beneficio de la venta (las que han querido participar). Ahora estaban organizando un bingo solidario para recaudar fondos para el programa. A veces un grupo reducido de mujeres y menores salen a recibir un taller en algo específico, que les sirve para romper la rutina a modo de escapada. Es un premio a los menores que han trabajado más duro. En algunos casos dejan las actividades cotidianas del programa para cumplir con un pedido del taller de costura. Todos ayudan. En este caso fue un pedido de 200 mascarillas bordadas a mano con las frases “Guapinol Resiste” y “justicia para Guapinol”. Las encargó el ERIC (equipo de reflexión, investigación y comunicación) una asociación de los jesuitas que defiende los derechos humanos, para acudir al juicio del caso Guapinol, donde se juzga la detención arbitraria de 8 activistas ambientales a raíz de la protesta legítima por defender un río y sus gentes en la zona noreste del país (departamento de Colón). Todos ayudaron en el pedido, y en tiempo récord lograron un trabajo muy profesional. Los beneficios de las ventas son para el centro. Me impresionó lo bien organizados y obedientes que son los niños y niñas, y el gran trabajo en equipo que hacen. Además, no tienen problema para hablar en público o expresarse. Son activos y muy predispuestos a realizar cualquier actividad, lejos de la pasividad y el abatimiento que se ve en la media de la gente del barrio.

El entorno en donde se ubica “Paso a Paso” es un territorio muy hostil. En todo el tiempo que estuve en la Rivera Hernández, no fui a ningún sitio solo. Eché de menos ir a correr o dar una vuelta para explorar la zona. “Paso a Paso” está en una encrucijada de barrios donde confluyen los territorios de tres “Maras” o pandillas rivales. Algunos de los menores de Paso son de familias pertenecientes a esas Maras, por eso es un sitio neutral y los respetan mucho incluso protegen a Silvia, sus trabajadores e instalaciones. Con ella te sientes seguro, pero si alguien ajeno entra al barrio puede tener muchos problemas.

Las Maras son pandillas criminales, excesivamente inclinadas a la violencia, que actúan en varios países de Centroamérica e incluso Estados Unidos. Unas Maras se dedican a la extorsión, otras al secuestro y otras al trabajo de sicario para financiarse. Todas al narcotráfico.

No existen muchas actividades extraescolares en el barrio otras que pertenecer a una Mara o ayudar a la familia en el trabajo. Hay un elevado grado de abandono por parte de padres, por lo que muchos niños viven con la abuela o la madre. Alguna de las historias que me contaban los chavales eran desgarradoras… Allí la pérdida de un ser querido de forma violenta está a la orden del día. Y algunos de ellos no conocen a sus padre biológicos o no tienen contacto.

Muchas de las familias que he conocido tienen un familiar en Estados Unidos. Usan el término “mojados” a la forma de irse, ya que cruzan un río que hace frontera entre Guatemala y México. Una vez en México cruzan a los Estados Unidos como pueden. Otros, que cumplen ciertos requisitos, tienen más “suerte”, y pueden viajar con visado turista para visitar a familiares. Una vez allí se quedan como ilegales. Ya nunca pueden volver a su país. Se van, dejando atrás sus familias, amigos y raíces. Lo dejan todo para trabajar, a veces de forma abusiva, subsistiendo con la mitad de su sueldo, ya que la otra mitad la mandan de vuelta a Honduras.

En tal escenario, “Paso a Paso”, más que un centro educativo, es un lugar de encuentro y recogimiento para ellos, donde crecen y se educan en unos valores que no reciben en la escuela o en su entorno familiar (respeto al prójimo, igualdad de género y racial, cultura del esfuerzo y pensamiento crítico). Conocí a dos hombres que habían sido “niños Paso a Paso”. Uno era el taxista que me recogió del aeropuerto y el otro trabajaba en una serigrafía (la industria textil es de las más fuertes en la comarca) quien vino a dejarles una máquina de corte para que terminaran a tiempo el pedido de las mascarillas. Hablaban de “Paso a Paso” como de su hogar.

En el huracán del año pasado, una mujer perdió el horno con el que hacía pan en su casa, para venderlo y sacar adelante a sus tres hijos. “Paso a Paso” le compró un horno para que pudiera continuar con su actividad. También ayudaron a limpiar de lodo muchas casas en las que vivían ancianos o enfermos e infinidad de otras historias. Silvia me llevó por muchos barrios, incluso fuera de la Rivera. Siempre recibida con cariño y agradecimiento.

En algunos casos les piden ayuda a Silvia, la coordinadora de “Paso a Paso”, para que actúe de mediadora en algún conflicto local. Silvia tiene en acogida a una niña del barrio y vive con ella ya muchos años. La niña es un sol en todos los sentidos: se llama Sol (Solanyi). Silvia está en contacto con muchas otras asociaciones y ONGs con las que colaboran y se ayudan mutuamente. Una de ellas es la del ERIC. Silvia es una misionera laica alicantina, diplomada en trabajo social, fundadora del programa, junto a otros compañeros de OCASHA, hace ya 20 años, y cómo os podéis imaginar, con mucha energía, determinación y valentía. Para nuestros ojos, nos puede parecer una especie de “amazona” que ha sacrificado su vida de España por los más necesitados, pero realmente es otro trabajador en el extranjero que disfruta con lo que hace igual que yo puedo disfrutar inseminando yeguas y atendiendo partos en Australia o Suecia. Así es como le gusta definir su trabajo. Tiene muchas amistades y una rica vida social, disfruta su día a día al máximo, igual o más de lo que podemos hacer algunos en nuestro entorno occidental “privilegiado”.

Lamentablemente este es un escenario de esperanza y cruel tristeza a partes iguales. A pesar de los esfuerzos del programa “Paso a Paso”, también hay historias tristes. Otros niños, al finalizar su etapa en el programa, han acabado en Maras o han decidido marcharse a los Estados Unidos con todas las complicaciones añadidas. Y todos llevan marcado el estigma de haber nacido o vivido en la Rivera Hernández, el barrio más marginal y peligroso de San Pedro Sula. Es un estigma que les dificulta encontrar trabajo cuando dicen de dónde vienen.

En estas dos semanas he podido vivir de cerca su realidad y lo que significa la comunidad. He colaborado con las tareas diarias del centro, he disfrutado trabajando codo con codo con las mujeres y niños, he aprendido de ellos a través de sus historias y formas de afrontar la vida. Gracias por abrirme la puerta de Paso a Paso. Y, como este proyecto todavía no es autosuficiente, gracias también a las organizaciones que lo apoyan y financian: Manos Unidas, OCASHA y Cantero de Letur.